Mi
hermano, he regresado a Huelva, es decir, ahora trabajo aquí. Lo he
hecho por las circunstancias familiares pero qué duro es esto.
He
cambiado mi entorno laboral y mi paisaje diario. Vuelvo a un lugar
que no existe más que en mis recuerdos y día tras día voy
recorriendo un entorno que ya no es el que nosotros recorríamos a
diario para ir al instituto.
Paso
por delante de un Damas (estación de autobuses) que ya no está y
adonde íbamos corriendo para no perder la camioneta (autobús para
los de Huelva). Ese mismo lugar en que discutiste con una “vieja”
(ahora habría que decir persona mayor pero entonces no nos andábamos
con lo políticamente correcto) porque se intentó colar para comprar
el billete con la excusa de la prisa cuando todos la teníamos
también. Allí vio tu madre como si íbamos justos de tiempo
pasábamos por delante de la camioneta de Aljaraque para que el
conductor que nos conocía parara. Lo siento ama, era una
imprudencia, cierto, pero es que si no hacíamos eso había que
esperar otra hora.
Enfrente,
ya no queda restos de lo que fue la estación de Zafra, dónde
aparque el coche de tu padre con mi carnet recién sacado y dónde
fuiste un atrevido intentando cambiar el coche de sitio cuando te
quedaste sólo y le diste un golpe por detrás. Siempre dijiste que
aquello lo hizo otro coche marcha atrás y tu padre siempre pensó
que me encubríais pero más de veinte años después, un día, en
Punta, nos contaste a tu madre y a mi la verdad. Al terminar tu
relato, me dijiste, ¿por qué crees que tardé tanto en sacarme el
carnet? Desde luego fuiste todo un actorazo y a tu madre y a mí nos
la pegaste bien. Nunca pusimos en duda tu versión.
Ya
no está la tienda discos por excelencia de Huelva, “Radilux”,
dónde comprábamos los pocos discos que nos podíamos permitir para
cumpleaños y santos. Tampoco queda rastro de los bazares en los que
compramos nuestros walkmans.
Subo
por la cuesta a la plaza San Pedro y veo el Cristo al que todo
estudiante reza para que todo vaya bien. Lo hacía tu madre y lo
hacías tú camino a lo que para ella fue la escuela de magisterio y
para nosotros el instituto, “El Rábida”.
Entro
en lo que fue Simago (el de “estás más amarillo que los pollos de
idem”) que ahora es otro supermercado pero que conserva en su
interior una escalera de peldaños de mármol y un pasamanos de
madera desgastados por el que deslizo mi mano evocando aquellos
tiempos.
Salgo
a una Plaza de las Monjas cuyo entorno ahora es peatonal casi al
completo pero dónde, eso sí, aún te podrías comer una hamburguesa
al bajar del instituto antes por cien pesetas y ahora por un euro.
Jon,
te sigo echando tanto de menos que si lo digo con más frecuencia la
gente diría que estoy loca. Te quiero, te queremos muchísimo.
P.D.
Este dibujo del pueblo de nuestra madre y nuestros antepasados,
Elantxobe, lo hiciste mientras estábamos en el instituto.