martes, 17 de abril de 2018

Huelva





Mi hermano, he regresado a Huelva, es decir, ahora trabajo aquí. Lo he hecho por las circunstancias familiares pero qué duro es esto.

He cambiado mi entorno laboral y mi paisaje diario. Vuelvo a un lugar que no existe más que en mis recuerdos y día tras día voy recorriendo un entorno que ya no es el que nosotros recorríamos a diario para ir al instituto.

Paso por delante de un Damas (estación de autobuses) que ya no está y adonde íbamos corriendo para no perder la camioneta (autobús para los de Huelva). Ese mismo lugar en que discutiste con una “vieja” (ahora habría que decir persona mayor pero entonces no nos andábamos con lo políticamente correcto) porque se intentó colar para comprar el billete con la excusa de la prisa cuando todos la teníamos también. Allí vio tu madre como si íbamos justos de tiempo pasábamos por delante de la camioneta de Aljaraque para que el conductor que nos conocía parara. Lo siento ama, era una imprudencia, cierto, pero es que si no hacíamos eso había que esperar otra hora.

Enfrente, ya no queda restos de lo que fue la estación de Zafra, dónde aparque el coche de tu padre con mi carnet recién sacado y dónde fuiste un atrevido intentando cambiar el coche de sitio cuando te quedaste sólo y le diste un golpe por detrás. Siempre dijiste que aquello lo hizo otro coche marcha atrás y tu padre siempre pensó que me encubríais pero más de veinte años después, un día, en Punta, nos contaste a tu madre y a mi la verdad. Al terminar tu relato, me dijiste, ¿por qué crees que tardé tanto en sacarme el carnet? Desde luego fuiste todo un actorazo y a tu madre y a mí nos la pegaste bien. Nunca pusimos en duda tu versión.

Ya no está la tienda discos por excelencia de Huelva, “Radilux”, dónde comprábamos los pocos discos que nos podíamos permitir para cumpleaños y santos. Tampoco queda rastro de los bazares en los que compramos nuestros walkmans.

Subo por la cuesta a la plaza San Pedro y veo el Cristo al que todo estudiante reza para que todo vaya bien. Lo hacía tu madre y lo hacías tú camino a lo que para ella fue la escuela de magisterio y para nosotros el instituto, “El Rábida”.

Entro en lo que fue Simago (el de “estás más amarillo que los pollos de idem”) que ahora es otro supermercado pero que conserva en su interior una escalera de peldaños de mármol y un pasamanos de madera desgastados por el que deslizo mi mano evocando aquellos tiempos.

Salgo a una Plaza de las Monjas cuyo entorno ahora es peatonal casi al completo pero dónde, eso sí, aún te podrías comer una hamburguesa al bajar del instituto antes por cien pesetas y ahora por un euro.

Jon, te sigo echando tanto de menos que si lo digo con más frecuencia la gente diría que estoy loca. Te quiero, te queremos muchísimo.


P.D. Este dibujo del pueblo de nuestra madre y nuestros antepasados, Elantxobe, lo hiciste mientras estábamos en el instituto.

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