Por Antonio Javier Robledo Castizo.
Ayer día 24 de Enero de 2.021, día de San Francisco de Sales, murió Juan Manuel Castizo Romero. ¡Qué cosas!, ¡Don Bosco eligió como patrón a San Francisco de Sales por su infinita bondad (llamándose Salesianos)....y mira por donde, una de las personas más bondadosas y generosas que he conocido ha fallecido el mismo día!. Hay casualidades tan sincronizadas y certeras,que dejan de serlo convirtiéndose en ejecución milimétrica de un plan de Dios.
Pensando en él, en su vida y sobre todo en lo que he vivido con él me vienen a la mente dos pensamientos del físico francés Blaise Pascal que para mí definen perfectamente su actuación. Pascal decía de que “quien no actúa como piensa al final terminará pensando como actúa”. Si hay algo que definía a Juan Manuel era su actuación coherente con su pensamiento. La hipocresía no tenía cabida dentro de él. Su actuación o sus decisiones, como cualquiera de nosotros, en muchas ocasiones eran equivocadas, pero siempre se basaban en un sentido de la justicia, del deber moral y de los preceptos de un buen cristiano, a los que jamás renunció incluso aunque le fuera perjudicial. Siempre procuró no sólo seguir la máxima romana de aplicar la justicia dando a cada uno lo suyo, sino con el añadido de la generosidad de darle además lo de él.¡Cuántas veces supimos–nunca por él mismo-, los detalles, los obsequios,el tiempo y los desvelos que tenía con las personas necesitadas..., su entrega con los desfavorecidos, con los toxicómanos, con la parroquia...cómo las cosechas de su campo iban íntegras apersonas que–al igual que él-nada o muy poco tenían...pero a las cuales siempre anteponía a sí mismo.
La segunda es aquella de que “El corazón tiene razones, que la razón no entiende”.Todos juzgamos a las demás personas. Constantemente lo hacemos. Antes lo hacíamos cotilleando o murmurando sobre la vida de nuestros vecinos, compañeros o familiares, que si ha hecho esto.… que si ha hecho lo otro..., ahora aún más en las redes sociales o colgando comentarios intencionadamente ocurrentes para deslumbrar con nuestro “ingenio” a los demás, muchos de ellos maliciosos, pero todos imprudentes… Sí, imprudentes porque hemos querido analizar y juzgar a los demás desde la óptica exclusiva de la razón, pero olvidando que esa actuación inexplicable que considerábamos errónea e incluso necia, muchas veces tenía un trasfondo de un corazón tan grande, que el intelecto no lo puede abarcar. Juan Manuel era uno de esos casos, nuestra mente no comprendió la inmensidad de su corazón ni sus razones. Su prudencia y su humildad jamás las revelaron, a nosotros sólo nos queda el recuerdo de ellas y os aseguro, que en mi caso, será mientras viva…
¡Que Dios, le tenga con Él!
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