En Villarrasa los niños teníamos una libertad bastante amplia en aquellos años pero nosotros aún eramos más libres, si eso era posible, cuando ibamos a Los Pinos.
Cada fin de semana, mi madre preparaba comida y ropa, nos montábamos en el Mini y nos ibamos a la casa que mis abuelos tenían en Los Pinos (Valverde).
A veces paséabamos con nuestros padres por los alrededores pero otras muchas y con eso de que eramos dos, nos dejaban irnos sólos. Eso sí, tenía que ser siempre sin cruzar la carretera próxima a la casa.
Tomábamos el camino de detrás y nos adentrábamos por él entre pinos y eucaliptos, normalmente con un palo como bastón. Jugábamos, hablábamos e inventábamos historias durante esos paseos que tenían normas en cuanto a límite de tiempo y de longitud.
Un día de primavera con nubes blancas dibujadas sobre el cielo se nos ocurrió hacernos un lecho con ramas de eucaliptos. Elegimos un pequeño hueco próximo al camino y allí nos pusimos a realizarlo.
Una vez terminada la faena llegó el momento cumbre: tendernos uno junto al otro a contemplar las nubes y las formas que éstas tenían. Pasado un rato regresamos a casa.
Volvimos a aquel sitio varios fines de semanas repitiendo el ritual de tendernos y mirar hacia el cielo hasta que las ramas se secaron completamente.
Un beso muy grande compañerito.
P.D. Nosotros en Los Pinos.
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