sábado, 9 de junio de 2012

El collar de caracolas



Jon he abierto el cajón de nuestro cuarto en Sevilla y como siempre me encuentro con el collar que me trajiste de Mazagón.

Fue al primer sitio al que fuiste sólo. Un campamento al que ibas loco de contento y como todos tus compañeros dinero tenías poco, sólo para algunas chuches, pero a ti te faltó tiempo para comprarlo. Es que eras un cielo y por aquel entonces tendrías unos 8 años más o menos.

Una vez, cuando ya tendrías un par de añitos más, me viniste con el collar en mano a preguntarme: “mamá, ¿por qué nunca te pones el collar que te traje de la playa?” Y te echaste a reír, yo te miré y nos reímos los dos y te abracé.

Ahora que lo tengo delante, le pregunto a tu hermana si le importaría que lo pusiera en el cabecero y como ella es tan matemática, me dijo que lo podía poner que a ella no le decía nada porque no se acordaba de aquello.

Lo pongo y al rato soy yo quien lo quita con el recuerdo de aquel niño de pantalones tan pequeñitos y aquella cara de ángel. A mí si me decía mucho y no podía tenerlo allí. Ya veremos más adelante.

Agur, lastana, agur.

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