Han pasado tres años en un suspiro. Para muchos, una sorpresa, ¿ya tres años? Para nosotros no, soy consciente cada día de que no estás aquí aunque siga pareciéndome mentira, algo que no puede haber sucedido.
Qué difícil es mantener la fé, nuestra fé, aquella que nos inculcaron desde pequeños en nuestra casa, en las catequesis a las que íbamos cuando desde el campanario de la iglesia de Villarrasa nos llamaban a ella al sonido de los payasos de la tele y en la que de vez en cuando terminábamos la mañana del sábado en la sacristía con una película de aventuras que nos ponía nuestro vecino, el cura, Don Manuel.
Nuestra madre catequista de comunión y confirmación, nuestros padres llevando un grupo cristiano con reuniones celebradas a veces en nuestro patio en las noches de verano y que tú escuchabas a escondidas desde el alféizar de la ventana de tu cuarto. Colegios católicos: salesianos, carmelitas, teresianas.
¿Fue el azar? No lo sé pero lo cierto es que justo antes de entrar en el hospital hiciste aquel viaje por tierras abulenses y visitaste a Santa Teresa. Era palpable que aquel ambiente te llegó adentro, un baño de fé renovada.
A nosotros en las horas previas al final nos consoló que recibieras la unción de los enfermos como yo creo que tu hubieses querido pero que ya no pudiste decirme en aquella última visita junto a tu hermano Aitor.
Pero llegó el momento y ante la pérdida inexplicable e inesperada, todo aquello que tan arraigado estaba dentro de mí, saltó por los aires. ¿Por qué Jesús aunque se lo pedí no te salvó al igual que hizo con Lázaro?
Hoy estamos aquí por ti, sí, pero también por nosotros, por mí. Necesito creer y tener fé y pido a Dios que me la de cuando las dudas me asaltan.
Cuida mucho de todos nosotros Jon, seguimos echándote mucho de menos.
Te quiere mucho, tu hermana.
17 de septiembre de 2012
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