miércoles, 7 de abril de 2010

El Club de los Cinco




Desde bien pequeños, nuestros padres nos acostumbraron a leer, ya fuera tebeos o libros infantiles. Nos íbamos a la cama en cuanto sonaba aquello de “Vamos a la cama que hay que descansar...” y jamás veíamos la tele por la noche pero eso sí, ese era nuestro rato para la lectura. Daba igual lo que fuera, todo lo que caía en nuestras manos era devorado y entre T.B.O.s, Zipi y Zape, Mujercitas, Platero y yo, El Capitán Trueno o Mortadelo y Filemón, leíamos con mucha ilusión los libros de “Los Cinco” de Enid Blyton. Algunos eran nuestros pero otros eran prestados por las primas.

Cuando podíamos jugábamos a “los Cinco” y necesitábamos, además de ser cinco, el “club” y el sitio ideal para ello era la leñera de los Pinos.

En la leñera que estaba separada de la casa había dos antiguos hornos en desuso donde en tiempos hacían pan nuestras bisabuela y abuela. Además como en la casa no había agua corriente ni aseo, con el tiempo se transformó y se incluyó en ella un váter, una palangana para limpiarse y una ducha que consistía en una especie de regadera que colgaba de techo y de la que se tiraba con una cuerda para que te cayera el agua. Además, y por eso lo de leñera, guardábamos en ella la leña para la chimenea y aún quedaba hueco para nuestros juegos.

Cuando nos visitaban los primos, el club era formado por Miren, Begoña, Sonia, Jon y yo (Crisanto era pequeño) pero en una visita de nuestros primos Iñigo y Aitor, que vivían en Bilbao, los mayores no tuvimos reparos en quitar a Sonia del club e incluir a Iñigo. Aún recuerdo lo mucho que rabiaron tanto Sonia como Aitor y cómo llamaban a la puerta de la leñera.

Y allí en aquel pequeño mundo que formaba los Pinos, vivimos mil y una aventuras del Club de los Cinco.

Muchos besos a todos y en especial a ti Jon, el primer miembro en dejarlo definitivamente. Te quiero.
P.D. El club, que era compartido con el vecino y de ahí lo de las dos puertas, y los Cinco, Miren, Begoña, Sonia, Jon y yo con nuestra madre.

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