Por un lado está la falta de fe. En aquellos momentos tan terribles tuve claro cuando te vi tan mal que había que llamar al capellán para que te diera la Extremaunción. Ya no podíamos preguntarte pero a pesar de tus desencuentros con la iglesia “oficial”, estoy segura que habría sido algo que hubieses querido. A nosotros, nos reconfortó el hacerlo.
Después de pasada la vorágine, inclusive tu cumpleaños, me encontré con rabia y falta de fe. Aunque he intentado acudir a misa alguna vez, las palabras que se dicen me enfadan y en algunos casos me son imposibles de pronunciar “¿Hágase tu voluntad?”. A ello he de añadirle las dudas sobre una vida futura, lo que me repercute en la esperanza.
Dicen que ocurrido algo así, la gente reacciona de dos maneras, aferrándose a su fe o separándose de ella, al menos temporalmente. Quisiera ser de los primeros, al menos tendría un consuelo.
Por otro lado está la pérdida de creencia en la ciencia. Yo soy de “ciencias” con todo lo que ello conlleva, me encanta leer sobre nuevas cosas, descubrimientos, historia e incluso avances médicos.
Se que hay enfermedades sin cura y pienso además que hay ramas de investigación olvidadas excepto por los que sufren dichas enfermedades y sus familias, pero lo que ha supuesto un tremendo revés para mí es que te llevaras más de un mes en un hospital del llamado Primer Mundo y no supieran detectar lo que te pasaba antes de tu muerte. Nuestro primo Iñigo lo resumió bien cuando me llamó: “Pero, ¿eso cómo puede ser?, ¿qué clase de hospital es ese? Parece que no estemos en pleno siglo XXI...”
A causa de esto mi falta de confianza en la medicina es total pero la cosa ha ido a más allá y ahora, por ejemplo, acumulo revistas del Muy Interesante sin abrir. Internamente pienso que para qué saber más.
Supongo que hará falta tiempo para recuperarse pero todo ha cambiado para mí.
Un beso grande Jon.
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