Dice mi tía que me he olvidado de escribir. Lo cierto es que no quería. Estos días ha llovido, en realidad lleva todo el invierno lloviendo y me recordó una anécdota que, ¡como no!, Jon protagonizó hace algunos inviernos. Por lo visto los seres humanos tenemos una memoria muy cortita, o por lo menos la tenemos algo selectiva. Cierto es, que este año llueve más que el año pasado pero también es cierto que en Huelva siempre cuando ha llovido lo ha hecho a chuzos, a mares o a océanos si se quiere. Pues bien, ahora Huelva está preciosa, con infraestructuras nuevas y mejoras tanto visuales como logísticas, hace pocos años Huelva era, … eso, Huelva. Para empezar si llovía y coincidía con la marea se inundaba. La ría recordaba sus antiguos límites y calles enteras se tenían que sortear con el divertido método de la cajita del revés en el suelo. Esto lo vivían a menudo todos aquellos atrevidos que en un afán de aventuras tenían que ir a la antigua estación de Damas para trasladarse a cualquier punto de la provincia. En fin, Huelva es marinera, pero me parece que entonces era submarina.
La anécdota data de cuando mi primo terminó la EGB famosa de entonces y tuvo que ir al instituto. Por supuesto su lugar de aterrizaje para comer fue la “casa de la Tía Miren” que con gran cariño acogió a su ahijado durante estos años. Las primas encantadas por el jolgorio que se avecinaba ya que después de comer podíamos reírnos con las ocurrencias. Un día lluvioso llegó la noticia. Jon entra por la puerta mojado como un pollito y empieza a relatar en voz en grito que, estaba vivo de milagro que la muerte le había rozado vestido en ruedas de un autobús porque las calles estaban inundadas; él pisó una cajita salvadora y se partió porque la culpa la tenía la mochila que pesaba una jartá con tanto libro y tontería. Total que como el equilibrio no era lo suyo se cayó mientras veía como a lo lejos se acercaba el autobús y las ruedas venían directamente hacia él. Ante tanta tragedia se sobrepuso como pudo y saltó hacia atrás como un gato y pudo esquivar al maldito autobús acuático. Nosotras le escuchábamos partiéndonos de la risa y él decía –“no reíros, no reíros, que mira como me he puesto y encima casi he resucitado”. Por supuesto la anécdota era divertida porque él la contaba a su manera. Este año al ver llover me acordé de la aventura y volví a reírme. Es curioso que recuerde esas vivencias lejanas justamente ahora.
Miren
Tienes toda la razón. Yo misma recuerdo ir a coger el autobús a la vuelta del instituto con medio metro de agua en la calle.
ResponderEliminarLa mochila de Jon pesaba una jartá porque aunque nuestra madre le decía que dejara algún libro, él respondía que como no se sabía bien el horario seguro que si dejaba alguno, ese le haría falta. Por tanto, cargaba en el mochilón todo lo del curso, "todo". De camino, como me ha recordado mi madre, servía de biblioteca ambulante para sus compañeros que sabían que siempre lo llevaba todo.
Gracias por recordar esta anécdota que por cierto creo que a mí me contó por teléfono porque ya había empezado la universidad.